Como usted sabe, el último domingo del año litúrgico es la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Esta hermosa festividad nos recuerda que Jesucristo es rey no sólo durante una celebración litúrgica al año, sino todos los días de nuestra vida. Estamos viviendo tiempos difíciles, pero fortalezcámonos a través de nuestra fe y nuestro fundamento en la verdad de quien es realmente el rey del universo. La imagen de Cristo Rey del Universo nos recuerda la realidad fundamental de la creación. Como nos dice el Evangelio según Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Esta es la proclamación fundamental de que Jesucristo, el hijo divino de Dios, es el rey de todo. Como discípulos, estamos llamados a vivir y guiarnos por esta verdad fundamental todos los días de nuestra vida.
También es importante recordar que Jesucristo es el rey de cada una de nuestras vidas de una manera muy directa y personal. Nos enfrentamos al desafío de apartarnos del pecado y vivir su Evangelio de una manera cada vez más plena. Nuestro rey nos llama a cada uno de nosotros a abrazar este trabajo con gran energía y compromiso. Como usted sabe, tengo una gran devoción por la adoración eucarística y sé que muchos de ustedes comparten este amor por pasar tiempo en presencia del rey. Recordemos que esta es la realidad de fondo de lo que hacemos cuando rezamos en presencia del Señor expuesto en la custodia o en el sagrario. Estamos en la presencia misma del rey, cuerpo y sangre, alma y divinidad, allí velados bajo la forma de pan y vino consagrados. Puedo hablar sobre mi propia experiencia personal de la fuerza que fluye al pasar tiempo en la presencia eucarística de nuestro rey. No nos cansemos nunca de pasar tiempo con el Señor. Somos débiles y nos distraemos con demasiada frecuencia, al igual que nuestros hermanos, los Apóstoles originales. Literalmente caminaron por las calles de Jerusalén con el Rey del Universo, pero a menudo no reconocían realmente con quién caminaban en su viaje. Dejemos que su manifiesta debilidad anime nuestros esfuerzos, que se nos recuerde que incluso los Apóstoles tuvieron que confiar plenamente en el Señor.
Además de este enfoque en Jesucristo Rey del Universo, al llegar al final de este año litúrgico también llegamos al final del año de San José. El papa Francisco, escribe en su carta apostólica que el año de la celebración de San José terminará en la hermosa solemnidad de su esposa, la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, el 8 de diciembre del año 2021. Al acercarnos a esta fecha parece oportuno reflexionar sobre San José y su relación con Jesucristo Rey del Universo. La humildad de nuestro Señor y la de su padre adoptivo, José, es sorprendente cuando reflexionamos sobre Jesús como rey y la función especial de José como esposo de María y padre adoptivo de nuestro Señor. Los Evangelios proclaman y nuestra fe abraza la verdad de que el Rey del Universo fue acogido y apoyado por este hombre, José. La casa de la Sagrada Familia era verdaderamente una casa real, pero la grandeza y la belleza sublime de este hogar no tiene ninguno de los adornos a los que el mundo llamaría noble.
La Escritura nos revela que, en el plan de Dios para nuestra salvación, tanto la Santísima Virgen María como San José pertenecen al linaje real de David. Son la personificación de una grandeza espiritual que, en términos mundanos, se había perdido en el exilio y en los sufrimientos del pueblo de Israel. María, José y su divino hijo Jesús nos ilustran de manera profunda la verdadera naturaleza de la nobleza real en el Reino de Dios. El mundo juzgaba que José y María habían sido destituidos de su estatus real como hijos de Israel, pero ellos nos muestran la sublime realidad de su verdadera condición. La sencillez de sus vidas nos obliga a considerar el estatus real de manera diferente como nuevos hijos de Israel y, por supuesto, Jesucristo revela completamente que el estatus en el reino de su padre se forma en el amor sacrificado y en el servicio humilde.
Al considerar a Cristo Rey y a José su padre adoptivo, abracemos con alegría la llamada para presenciar un tipo diferente de poder, una expresión diferente de nobleza, una comprensión transformada de la riqueza. Jesucristo es un rey coronado con una corona de espinas. José, su padre terrenal, es un humilde carpintero. El mundo del siglo I contaba la riqueza y el poder en términos de oro y poder militar. Lo mismo ocurre en nuestro mundo del siglo XXI. A lo largo de dos milenios el mundo ha cambiado poco en cuanto a su estimación de riqueza y poder, pero a través de las épocas, los reinos terrenales han caído uno tras otro. Mientras reflexionamos sobre el final de otro viaje a través del año litúrgico, que Jesucristo Rey del Universo y su padre adoptivo José nos inspiren a buscar y vivir el reino del padre. Que Cristo sea el rey de nuestras vidas cotidianas, como lo fue para María y José cuando lo criaron en Nazaret.