Obispo Joseph Strickland

Carta pastoral para el Jueves Santo

14 de abril de 2022

¿Por qué adorarle?

Espero que el título de esta reflexión llame la atención del lector debido a que, en muchos sentidos, llega al meollo de la cuestión. Al intentar explicar por qué la Adoración Eucarística es tan importante en mi vida y por qué quiero animar a todos los católicos de la Diócesis de Tyler a familiarizarse más con esta hermosa forma de oración católica, la conversación destaca la verdad básica de la Presencia Real del Señor en el Santísimo Sacramento. 

Dediquemos un momento a profundizar en esta sencilla pregunta, creo que las respuestas más profundas están incrustadas en la pregunta misma. En primer lugar, podemos fijarnos en la simple palabra Él. La escribo en mayúsculas porque se refiere a Jesucristo, el Hijo Divino de Dios y esto responde inmediatamente a la primera parte de la pregunta. ¿Por qué adorar? Porque la adoración es una respuesta adecuada a la presencia del Rey de Reyes y del Señor de Señores, Jesucristo. Esta consideración más básica subraya la realidad de que Jesús está presente en la Eucaristía, Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad. En pocas palabras, si creemos que Él está ahí, realmente presente, entonces la adoración es la respuesta adecuada. 

Por supuesto, me doy cuenta de que los párrafos anteriores se basan completamente en la fe. Los que creen que el Verbo Encarnado, el Hijo Divino de Dios, Jesucristo, está realmente presente, velado bajo la forma de la simple hostia de pan ácimo, responderán inmediatamente con adoración. A medida que continúe, espero profundizar un poco más sobre por qué es tan beneficioso para los creyentes pasar tiempo en adoración de Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. 

La primera pregunta que puede surgir es ¿por qué la adoración debe tener lugar fuera de la Santa Misa? Quiero dejar muy claro que, tal y como la Iglesia enseña en los documentos del Concilio Vaticano II, especialmente en Lumen Gentium número 11, la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana. Así, la celebración misma de la Misa, que es el memorial del sacrificio de Cristo que hace posible que nos nutramos de su mismo Cuerpo y Sangre, es la oración más grande y el corazón de nuestra fe católica. Debido a eso, la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo debe surgir siempre de la Misa y conducirnos a ella. Cualquier idea de que la adoración sustituye a la participación en la Liturgia Eucarística y a la recepción de la Comunión debe corregirse siempre con claridad y vigor. Espero inspirar a los fieles de la diócesis para que se den cuenta de que, como amamos la Misa, la adoración es una hermosa forma de oración con el Señor. 

El primer punto que me gustaría señalar es que pasar tiempo en oración y reflexión en presencia del Santísimo Sacramento es una gran ayuda para nuestra fe sobrenatural. En su nivel más básico, la Adoración Eucarística es simplemente pasar tiempo con nuestro amado Señor. Podemos reconocer que el modo en que empleamos nuestro tiempo es un indicador significativo de lo que valoramos en la vida. Pasar tiempo con el Rostro Eucarístico de Jesús indica que procuramos conocerlo y seguirlo. 

Esto nos recuerda la súplica de Jesús a los discípulos cuando entra en su agonía en el huerto de Getsemaní: “¿De modo que no pudieron permanecer despiertos ni una hora conmigo?”. Esto puede dirigirse verdaderamente a cada uno de nosotros como discípulos individuales. Es un gran recordatorio de que la presencia de Jesús con nosotros, aunque en una forma diferente, no es de ninguna manera una presencia menor. En realidad, si nos detenemos a reflexionar sobre lo que realmente creemos acerca de la Eucaristía, que Jesús está presente en todos los sagrarios del mundo, entonces se hace realidad su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Hay que reconocer que creer en la Presencia Real es un don sobrenatural de la fe que debe ser alimentado para que se mantenga fuerte y vibrante. Todos conocemos los tristes estudios que indican que muchos católicos se han alejado de la creencia en la presencia real. Por lo tanto, tratar de aumentar nuestra fe sobrenatural en la Presencia Real es esencial para nuestro tiempo. 

La segunda verdad que destacaría es que la Adoración Eucarística nos ayuda a desarrollar una relación más profunda con Jesucristo. Los Papas de la última mitad del siglo XX y los Papas del siglo XXI, san Juan Pablo II, el Papa Emérito Benedicto y el Papa Francisco, han instado a los fieles a profundizar en su relación con Jesucristo. Esto apunta a la realidad muy humana de que el desarrollo de las relaciones como seres humanos siempre requiere pasar tiempo juntos. En términos modernos, incluso las relaciones que se han desarrollado de manera virtual implican pasar tiempo de encuentro con otra persona. Curiosamente orar ante el Señor en su Presencia Eucarística no es virtual, tú estás en la sala y Él también, como una presencia física real. Pero la comunicación es a nivel espiritual. Muchos místicos están profesando que el Señor les habló de manera audible mientras oraban ante Él. Pero la gran mayoría de nosotros no “oiremos una voz”, aunque en el interior de nuestro corazón muchos sabremos que Jesús nos ha hablado de forma muy personal.  El énfasis para nosotros, como fieles, es que el Señor está verdadera y físicamente presente en el gran misterio de la Eucaristía. Nos ama más de lo que podemos imaginar. Por tanto, es razonable esperar que Él se comunique con nosotros de alguna forma mientras pasamos tiempo con Él.

Una tercera razón para recomendar la Adoración Eucarística es la simple realidad de que el Señor está verdaderamente presente en un tiempo y un espacio concretos. La larga historia de la Iglesia reconoce que existen el Tiempo y el Espacio Sagrados. Esta comprensión se expande y se contrae a medida que avanzamos en nuestra vida cotidiana. El Tiempo Sagrado puede ser tan grande como el ciclo del calendario litúrgico a medida que avanzamos en el año y puede ser tan pequeño como una pausa de silencio antes de ofrecer una oración hablada. Aunque en nuestro ajetreado mundo estos momentos pueden perderse fácilmente, todos debemos cultivar nuestra capacidad para detectarlos y para que todos esos momentos resuenen en nuestros corazones y mentes. El tiempo sagrado de adoración para alguien que ha desarrollado el buen hábito de pasar tiempo de manera regular con el Señor se convierte en un verdadero e íntimo tesoro en la vida de la persona. 

El Espacio Sagrado es similar, ya que se expande y se contrae a través de nuestras vidas. El Espacio Sagrado de una inmensa catedral nos recuerda que estamos en presencia de un terreno sagrado, de la misma forma que, un rincón de nuestra casa en el que hayamos colocado una estatua de un santo querido puede ser también un terreno muy sagrado. En el contexto de la Adoración Eucarística, el lugar donde le adoramos es sagrado porque Él está allí. 

Por último, me gustaría ofrecer que la Adoración Eucarística nos ayuda a ser fuertes en la fe y a evitar que el acercamiento casual a la presencia del Divino Hijo de Dios supere nuestro acercamiento a la fe. Cada vez que apreciamos a una persona, una obra de arte o prácticamente cualquier cosa que se convierta en un tesoro personal, se puede presumir que hemos dedicado algún tiempo a la apreciación. Un remedio sencillo para la falta de reverencia a Jesús en el mundo es pasar tiempo con Él y desarrollar el buen hábito de ser conscientes de que Él está realmente con nosotros en nuestro día a día. Puedo compartir personalmente que aprender a pasar más tiempo en la Adoración Eucarística me ha ayudado a ser mucho más consciente de la realidad de la presencia del Señor en tantos lugares. También nos recuerda que nosotros y cada persona que nos rodea somos sagrados. A menudo he tratado de subrayar que los edificios de nuestra Iglesia Católica son la casa real del Rey de Reyes. Cultivar esta actitud nos ayuda a recordar que la iglesia es realmente un lugar sagrado y nos recuerda que nuestro amoroso Señor está con nosotros a lo largo de nuestros días.  

Para concluir, ofrezco unas palabras de san Carlos Borromeo, que nos recuerda a quién adoramos en el Santísimo Sacramento.

¡Oh, qué ingratitud! ¿Qué más puede hacer el Señor Dios por nosotros?

Por mi parte, no puedo decirlo. Su gran Majestad desciende

del cielo a la tierra por nosotros, pobres pecadores, y durante muchos años

otorga la presencia divina a este valle de lágrimas, cubriendo

Su luz más espléndida e ilustre con la oscuridad de

nuestra vestimenta mortal. Sufre inocentemente y con justicia

herida sobre herida, tormentos, aflicciones e incluso la muerte. Él,

el Hijo de Dios hecho hombre, muere sobre el madero de la cruz.

Sin embargo, Él no se queda satisfecho y contento con todo esto;

sino que, ardiendo cada vez más de amor, nos deja su Espíritu,

su Alma, y su Cuerpo para nuestra comida, y para nuestro alimento

para sostenernos, para vigorizarnos, para consolarnos y para darnos

alegría. Y lo hace no sólo por un tiempo, sino a lo largo de toda

nuestra vida, porque este gran beneficio permanecerá hasta el

fin del mundo: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta

el fin de la historia” (Mateo 28:20).

San Carlos Borromeo (1538-1584)