Mientras escribo esto, el 6 de junio la Iglesia celebra a María, Madre de la Iglesia. El tremendo don que significa la Virgen para la Iglesia Católica y para toda la humanidad es algo en lo que todos podemos reflexionar profundamente, siguiendo el modelo que ella nos da al “meditar todo en su corazón”. Siento una tremenda responsabilidad de compartir la gran imagen de la Inmaculada Virgen María, especialmente en nuestra diócesis, debido a que muchos de los amados hijos de Dios no la conocen e incluso rechazan la idea de conocerla y venerarla. Soy muy compasivo con los que no abrazan a la Santísima Virgen, porque el don que significa realmente es asombroso y fácilmente descreído. ¿Cómo podría una mujer, una verdadera mujer de carne y hueso, ser la Madre de Dios? Como tantos aspectos de nuestra fe católica, puede parecer fácilmente imposible e incluso erróneo creer que una simple mujer pudiera dar a luz al divino Hijo de Dios y no sólo darlo a luz, sino nutrirlo y sostenerlo en cada momento de su encarnación.

Es probable que muchos hayan estudiado el término teológicamente significativo theotokos. Este término griego significa literalmente “Madre de Dios” y así lo declaró el Concilio de Éfeso en el año 431 d. C. Al reflexionar sobre este gran misterio en el contexto de nuestro año de la Inmaculada Virgen María y de la Eucaristía aquí en la Diócesis de Tyler, siento el impulso de ir más allá de la verdad maravillosa de que esta joven doncella, una virgen, dio a luz a Jesús de Nazaret. Ciertamente, el hecho de que el Hijo de Dios fuera dado a luz por una mujer da para examinar muchas páginas, pero nos animo a todos a dejar que nuestra imaginación abrace la realidad de que María de Nazaret no sólo dio a luz a Jesús en Belén, sino que fue una verdadera madre durante toda su encarnación. Es importante expresar también la realidad de que la Inmaculada Virgen María sigue siendo la madre de Jesús, así como sigue siendo la madre de su Iglesia.

Para profundizar en la cuestión de cómo María fue realmente madre de su hijo, Jesús, a lo largo de sus treinta y tres años y más, me dirijo a uno de mis pasajes favoritos del Evangelio de Lucas. Lucas 1:39-56 describe la Visitación, cuando María va a visitar a su prima Isabel, ya que ambas están embarazadas. Este encuentro inspirador entre María e Isabel incluye el salto de Juan Bautista en el vientre de su madre en presencia de su Señor y el alegre cántico del Magníficat pronunciado por María. Pero para nuestra presente reflexión me centro en el instinto maternal de María hacia el niño Jesús recién concebido en su vientre. Cuida de su hijo recién concebido saliendo a toda prisa a visitar a su parienta que también está embarazada. María instintivamente sabe que tanto ella como Isabel necesitan el apoyo de la otra mientras alimentan la vida de sus hijos. Encuentro algo verdaderamente hermoso en la visita de María. Es lo que en términos modernos describiríamos como un buen cuidado prenatal. 

La ciencia ha llegado a comprender que los nueve meses durante los cuales un niño crece en el vientre de su madre son un tiempo crítico para un desarrollo saludable. El amor enriquecedor de María en estos primeros días de la vida del Verbo Encarnado en su seno refleja el cuidado y el tierno amor que le ofrecerá durante toda su vida en esta tierra y hasta nuestros días. María es verdaderamente la madre del Hijo de Dios para todos los tiempos y su cuidado maternal se extiende a todos nosotros como cuerpo místico de su Hijo, la Iglesia. 

Que todos nosotros nos acerquemos a la Inmaculada Virgen María en nuestro propio camino por esta vida y lleguemos a una comprensión cada vez más profunda de lo que significa para todos nosotros la palabra del Señor desde la cruz: “Ahí tienes a tu madre”.