Mientras llegamos al final de nuestro enfoque diocesano en la Inmaculada Virgen María y la Eucaristía, miramos hacia el Adviento y el comienzo de un año de San Juan Bautista y el sacramento del Bautismo.

El año pasado buscamos profundizar nuestro enfoque en la Inmaculada Virgen María, el vaso original del Señor, y en la presencia continua del Señor en el pan y el vino consagrados para ser su cuerpo y sangre, alma y divinidad en cada misa. A medida que nos alejamos de este enfoque, parece muy apropiado que volvamos la mirada hacia otra figura clave en la historia de la salvación y el sacramento del Bautismo donde todos comenzamos nuestro propio viaje personal en el camino de Jesucristo.

Mientras nos enfocamos en cada uno de los sacramentos en los próximos años, también destacaremos a uno de los santos que nos recuerda especialmente el don de cada sacramento. Parece natural destacar a San Juan Bautista cuando nos enfocamos en el sacramento del Bautismo. Un aspecto importante de Juan es que estuvo en la presencia del Señor en los primeros días después de que Jesús fue concebido en el vientre de la Inmaculada Virgen María. Lucas 1:39-45 comparte la hermosa historia de ese encuentro y el salto del infante Juan en el vientre de su madre Isabel. Esta historia es una tremenda imagen de la alegría cristiana.

Al adelantarnos rápidamente en la historia del Evangelio, encontramos a Juan y a Jesús nuevamente juntos cuando el Hijo de Dios es bautizado en el río Jordán. Juan es un icono perfecto de lo que debe ser la alegría del bautizado ya que salta en el vientre y luego bautiza a “aquel a quien no es digno de desatarle las correas de sus sandalias”.

Juan marca el comienzo de la nueva era de la humanidad hecha posible por la Encarnación del Hijo de Dios al bautizar a Jesús. Mientras Juan se muestra renuente a bautizar a Jesús, enfatiza la tremenda generosidad del Señor al abrazar las aguas purificadoras que no tiene necesidad de recibir. Jesús abre la posibilidad de la gracia salvadora que al final fluirá de su costado abierto en la cruz. De este modo, Juan y Jesús están juntos mientras se abre el camino sacramental para toda la humanidad. El Bautismo es presentado como la puerta a la vida nueva.

A medida que vivimos los próximos meses de un año litúrgico centrado en el Bautismo, es mi esperanza que todos crezcamos en nuestro entendimiento que el Bautismo es solo el comienzo de un viaje. Ser bautizado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es ser cambiado para siempre y recibir un carácter imborrable. Este carácter debe vivirse de innumerables maneras a lo largo de los días de nuestras vidas. No solamente como un evento único, sino como un nuevo camino que guía cada momento y cada elección que hacemos. El vivir como bautizados es vivir en una luz que brota de Jesucristo y de la verdad que vivió, sufrió, murió y resucitó para compartir con todos nosotros.

El nombre original para los seguidores de Jesús era “El Camino”. Al reflexionar más profundamente sobre nuestro Bautismo, recordamos que estamos llamados a vivir de una manera diferente, de una manera nueva y gozosa en Jesús. Cada paso en este camino puede ser una oportunidad de vida renovada en el Hijo Divino de Dios.