La Inmaculada Virgen María es el verdadero icono de la maternidad para la Iglesia y para la humanidad. Ella ha estado presente como madre desde el principio del cristianismo. Está al pie de la cruz cuando Jesús muere, está con los discípulos cuando nace la Iglesia en Pentecostés y, según la tradición, es asunta al cielo y coronada reina del cielo y de la tierra como madre de la Iglesia. Las Escrituras registran indiscutiblemente su presencia a lo largo de la vida de Jesús y, aunque su asunción y coronación no se registran en las Escrituras, se deducen lógicamente. A lo largo de los siglos, la Inmaculada Virgen María ha seguido estando presente en la vida de los fieles, con innumerables apariciones a individuos, como su aparición en México como Nuestra Señora de Guadalupe.

Como tantas realidades de nuestro tiempo, la maternidad no es bien venerada y comprendida por muchos en la sociedad, e incluso dentro de la Iglesia. La maternidad, como tantos elementos de nuestro mundo moderno, se ha visto confundida por nuestra capacidad de manipular y moldear la vida según nuestra voluntad y no según la voluntad de Dios. Éste es uno de los elementos más bellos del testimonio de María de Nazaret, que por su fiat es capacitada por la gracia de Dios para asumir el papel de Madre de Dios. 

El fiat voluntas tua de María, “hágase tu voluntad”, es su respuesta al mensaje del ángel Gabriel y con ella establece el papel de la maternidad para sí misma y para todas las madres. Cuando una mujer se entrega generosamente en la maternidad, ya sea maternidad biológica, maternidad por adopción o maternidad espiritual, se hace eco de la hermosa respuesta de María al mensaje que recibe de Dios. La belleza de la humilde aceptación del plan de Dios por parte de María es un modelo para todas las mujeres y hombres de la comunidad humana. 

Uno de mis títulos favoritos de la Inmaculada Virgen María es “Madre de la Iglesia”. La Escritura apoya ciertamente esta expresión relativa a María de Nazaret y, a través de los tiempos, ha manifestado su presencia como madre amorosa. Al celebrar el Día de la Madre este mes de mayo, creo que la Santísima Virgen María es una inspiración para todas las madres y para todos los que amamos a nuestras madres. La maternidad es un papel único y hermoso que Dios ha ordenado a las mujeres y es importante que sigamos celebrando esta vocación especial. En la actualidad hay muchas discusiones sobre los papeles adecuados del hombre y la mujer, e incluso debates sobre si hay papeles distintos para nosotros como varón y mujer tal como Dios nos ha creado. Como personas de fe, sabemos que Dios nos ha revelado que hay funciones distintas y maravillosas para hombres y mujeres que son complementarias pero únicas para cada uno. La maternidad es uno de esos papeles. Todos nos beneficiamos de la maternidad vivida con amor. Aunque María es la única madre perfecta, veneramos con alegría a nuestras madres incluso con sus imperfecciones. 

Para terminar, vuelvo a la bella imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, madre de las Américas. La historia de Guadalupe tiene elementos que resaltan la belleza de la maternidad de María y de la maternidad como papel esencial en la familia humana. La historia del encuentro de María con Juan Diego en la colina del Tepeyac es una bella expresión del vínculo entre una madre y su hijo. María se dirige a Juan Diego de un modo entrañable e íntimo al llamarle “Juan Dieguito” o “mi hijito Juan”. Esto nos recuerda la tendencia natural de toda madre a hablar así a sus hijos. Las madres te dirán que, independientemente de la edad que alcancen sus hijos, siguen siendo su “niño o niña”. 

Pidamos la intercesión de la Inmaculada Virgen María por todas nuestras madres vivas y difuntas. Que siga siendo un bello modelo del don de la maternidad para toda la familia humana.