“La gente me ha preguntado: ‘¿qué es lo que más esperas del sacerdocio?’ Los sacramentos son obviamente, creo yo, la principal prioridad”, dijo el nuevo sacerdote. Tras una larga pausa, continuó: “Pero muy cerca de eso, de un modo misterioso, absurdo, místico, cuando una persona sabe que es amada por el sacerdote, sabe que es amada por Dios. Y estoy deseando hacerlo”.  

Al escuchar al P. Steven Troy Chabarria hablar sobre el sacerdocio, nunca te darías cuenta de que no quería ser sacerdote. Pero ahora, hay una tremenda paz y alegría al comenzar su primera misión como vicario parroquial en la Catedral de la Inmaculada Concepción de Tyler.  

Camino al sacerdocio 

Hijo mayor de Albert y Laura Chabarria, el camino de fe del P. Steven comenzó cuando aún era estudiante en la Escuela Secundaria Whitehouse. “El mérito es de mi padre”, dijo. “Justo cuando mi padre cumplió cuarenta años, tuvo un despertar y comenzó a tomarse en serio su fe”. 

El P. Steven, que es muy unido a su padre, describió cómo Albert comenzó a rezar, a leer más sobre la fe y a participar en diversas actividades en la catedral de Tyler y en su parroquia natal Santa María Magdalena, en Flint.  

Aunque Albert era católico, la madre de Steven, Laura, era bautista. Como consecuencia, el P. Steven y su hermano asistían por las mañanas a la escuela dominical y a los oficios religiosos en la Iglesia Bautista, y por las tardes a las clases de catecismo y a Misa en Santa María Magdalena. 

Atraído por la liturgia y las claras enseñanzas doctrinales de la Iglesia Católica, junto con la recién descubierta libertad que supone cumplir 16 años y aprender a conducir, el P. Steven sintió que tenía que decidir a qué Iglesia asistiría. Para el P. Steven estaba claro, quería ir a la Iglesia Católica. Un deseo que atribuye a las gracias del Bautismo y de la Confirmación.  

En la escuela secundaria, el P. Steven descubrió que le pedían con frecuencia que explicara las enseñanzas de la Iglesia. “Era un poco hablador”, explicó el P. Steven. “No sé si alguna vez indiqué que sabía cosas sobre la fe, pero prestaba atención en la clase de catecismo, así que supongo que sabía. Por lo tanto, empecé a responder a algunas de esas preguntas. Y para las preguntas que no sabía comencé a investigar”. 

Aunque el P. Steven comenzaba a tomarse en serio su fe e incluso empezaba a explicársela a los demás, el sacerdocio no era un pensamiento serio en su mente.  

 “No me interesaba mucho”, dijo el P. Steven. “Me sentí como si me hubieran engañado para ser defensor de la Iglesia Católica, porque no había nadie más que lo hiciera. Sabía que era importante, pero no quería ser el tipo que defendiera a la Iglesia”.  

“¡Soy el tipo divertido! ¡Soy el tipo genial! ¡Le caigo bien a todo el mundo!”, recordó riendo. “No soy el tipo religioso”.  

Tras graduarse en la escuela secundaria, el P. Steven empezó su primer año en la Universidad Estatal de Tarleton para estudiar horticultura.  

Castillo de arena 

El P. Steven fue infeliz aquellos primeros meses de universidad. “Los amigos que hice allí hacían cosas de universitarios como hacen los universitarios”, dijo. “Simplemente no podía involucrarme en ese tipo de cosas. Quería formar parte de las cosas que hacían. Pero no pude hacerlo. Ahora lo veo como una gracia de Dios. Pero en aquel momento fue frustrante”.  

Como sus clases eran fáciles, el P. Steven tenía muchísimo tiempo libre. Pasaba gran parte del día en la tranquilidad de su habitación viendo vídeos de pesca.  

Durante este tiempo, su abuela empezó a enviarle devocionarios. “Tenía una pila de ellos en mi escritorio junto a la cama”, dijo el P. Steven. “Me miraban todos los días. Con el tiempo me aburrí tanto que miré esas cosas y me dije: ‘bueno, quizá las lea’. Así es como empieza”. 

Este tiempo fue difícil para el P. Steven. Había sido muy conocido en su comunidad natal y, cuando se fue a la universidad, dejó de contar con esa atención. “Realmente me alimentaba de la atención de la gente”, explicó el P. Steven. “Había construido un reino de mi personalidad. Tuve mucha atención. Y cuando me mudé, no tenía eso”. 

“Básicamente, había construido un castillo de arena y llegaron las olas y me quedé sin nada”, continuó. “Sólo estaba yo sentado en la playa. Y estoy mirando el azul del océano y no tengo nada. Y el Señor puso en mi camino cosas que me obligaron a mirar”. 

El P. Steven se encontró diciéndole a Dios: “Mis amigos no están aquí, mi familia no está aquí, mis consuelos no están aquí, mis afirmaciones no están aquí, todo lo que tengo eres tú. Creo que eres real. Creo que tienes un plan para mí. Las cosas que estoy leyendo están tocando mi corazón de maneras que no me habían tocado antes. ¿Qué tengo que hacer?”.  

Empezó a rezar el rosario y a ir a Misa todos los días por primera vez. Pero seguía habiendo mucha frustración e infelicidad en su vida.  

Recurriendo a Dios, “rezo de nuevo esa oración”, explicó. “Señor, sé que existes. Sé que tienes un plan para mí. Y sé que ese plan me hará feliz. Porque ahora mismo no soy feliz. Me siento solo y triste. ¿Qué quieres que haga?”. 

En ese momento, el Señor puso en su mente el sacerdocio. Pero ésta no era una sugerencia con la que el P. Steven estuviera parcialmente conforme.  

“Literalmente, eso no. Yo no quería eso. Eso no me gustaba. Ni siquiera podía pronunciar la palabra ‘sacerdote’”, dijo el P. Steven. “Tenía muchas razones por las que no era una buena idea. Pero le hice una pregunta sincera y me dio una respuesta sincera. Y no podía hacer como si no lo hubiera escuchado. Estaba claro como el agua. Sabía que era lo correcto, pero no había ninguna parte de mí que lo deseara”. 

Siguiendo los impulsos del Espíritu Santo, el P. Steven fue explorando poco a poco más sobre el sacerdocio. “En lugar de ver vídeos de pesca”, dijo, “empecé a ver vídeos de santos. Vi un vídeo sobre el sacerdocio, como uno de esos vídeos sobre vocaciones, y en medio de él, me puse a llorar”. Sabía que tenía que intentarlo. 

Durante las vacaciones de primavera de su primer año, se puso en contacto con su párroco de Santa María Magdalena, el P. Timothy Kelly, que lo puso en contacto con el P. Justin Braun, director diocesano de vocaciones en aquel momento. El P. Steven fue aceptado como seminarista de la Diócesis de Tyler y comenzó sus estudios en la Universidad de Dallas en otoño de 2015.  

Seminario 

Aquel primer semestre, no quería estar allí”, admitió el P. Steven. “Pero sabía que tenía que quedarme. El mero hecho de estar cerca del Señor en el Santísimo Sacramento, rezar, hacer la liturgia de las horas, ir a Misa todos los días, allí había una gracia real”.  

Mientras estaba en el seminario, el P. Steven aprendió a rezar en un retiro. “Esa fue mi conversión”, dijo. “Me encontré con el Señor con el corazón abierto, probablemente por primera vez”. 

Se encontró diciéndole al Señor: “No quiero ser sacerdote. Pero aquí estoy. Y si me necesitas para esto, lo haré. Me has convencido de que es algo para mi bien. Me has convencido de que en esto puedo ser feliz”. 

Y con el tiempo, empezó a querer el sacerdocio.  

En el seminario, había tantas correcciones, tanta sanación”, recordó. “En todos los niveles, se abordó mi corazón, y mi deseo, y mi intelecto, de tal manera que después de ocho años, finalmente tuve la libertad de decir: Sí, creo. Estoy convencido y estoy listo para a entregarle mi vida”.  

Cuando el P. Steven llegó a su ordenación diaconal en el verano de 2022 y a su ordenación sacerdotal el 3 de junio de 2023, había una tremenda libertad para decirle sí al Señor.  

“Así que aquí estamos. Ocho años”, dijo con una sonrisa. “Estuve en el seno de la Iglesia durante ocho años. Ahora que he nacido, me queda mucho por crecer”. 

Todo vale la pena. 

“La única razón por la que tengo una base sólida es por esa relación con Dios”, dijo el P. Steven. “Miro el castillo de arena que construí, era un castillo de arena. Una brisa suave, una ola rápida lo derriba inmediatamente. Es por esa relación con Dios”. 

“Si el sacerdote conoce a Dios y es conocido por Dios, todo lo que tiene que hacer es ser y entonces se transmite”, dijo el P. Steven. Es como la Madre Teresa. ¿Cómo cambió el mundo la Madre Teresa? Una persona a la vez. Amaba a una persona a la vez. No cambias el mundo porque quieras establecer esto y hacer que esto ocurra. Amas a una persona a la vez. Y en la voluntad de Dios, eso se vuelve fructífero”. 

Tras un largo viaje, el P. Steven Chabarria irradia la alegría de una persona que sabe que es profundamente amada por Dios. “Así que no quería ser sacerdote”, concluyó con una sonrisa. “Pero vale la pena. Todo vale la pena”.