Todos conocemos a alguien que ha dejado la Iglesia y ha elegido dejar de practicar la fe que recibió en el Bautismo. Ya sea un amigo, un hijo, un nieto, un hermano, un padre, una sobrina o un sobrino, puede ser algo profundamente doloroso que alguien a quien queremos deje la Iglesia. Especialmente cuando abandonan la Iglesia para llevar una vida explícitamente contraria a la enseñanza de la Iglesia.

En situaciones como ésta, es natural preguntarse “¿qué hago para que vuelvan?”. El deseo de ver a nuestros seres queridos volver a la Iglesia es un deseo profundo y permanente, que Cristo y la Iglesia comparten con nosotros. 

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Qué es lo que hay que decir? ¿Hay libros que podamos enviarles? ¿Un video de YouTube que los convierta? ¿Cómo podemos hacer que vuelvan a la fe? 

Hay muchas formas diferentes de responder a estas preguntas y cada persona tendrá su propio enfoque, pero he descubierto que hay una cosa que a menudo se infravalora: nuestra presencia. 

Jesús y la mujer del pozo

Juan 4 cuenta la hermosa historia de un encuentro entre Jesús y una mujer samaritana. Hay un par de puntos clave que hay que saber sobre esta historia. 

En primer lugar, la mujer con la que se encuentra Jesús es una samaritana. Los judíos y los samaritanos de la época de Cristo no estaban de acuerdo en puntos importantes de la cultura, la política y la religión, por lo que no se relacionaban entre sí. De hecho, se odiaban. 

En segundo lugar, esta historia ocurrió alrededor del mediodía (Jn 4:6). Las mujeres de la época iban juntas al pozo por las mañanas, cuando todavía hacía frío. La mujer samaritana, sin embargo, fue al pozo en pleno día, cuando era menos probable que se encontrara con otras personas. Esto nos dice que era una marginada social, probablemente por la vida que llevaba. 

En tercer lugar, ella había sido criada y educada en su fe. Jesús y la samaritana mantienen una conversación sobre la religión, una conversación que ella es capaz de seguir. No es ignorante en cuanto a sus creencias religiosas.

Finalmente, aunque conoce la fe en la que fue criada, esta mujer ha elegido vivir una vida de pecado. Nos dicen que no sólo ha tenido cinco maridos, sino que el hombre actual con el que está no es su marido. (Jn 4:17-18).

Aquí tenemos la división cultural y política, la separación y desconexión de la sociedad, una persona que fue criada en la fe o que al menos tiene cierta comprensión de lo que está bien y lo que está mal, y aun así, ha elegido vivir una vida en pecado. Suena como las circunstancias de muchas personas en nuestro mundo actual, ¿no es así?

Cuando esta mujer se acerca al pozo, Jesús sabe todas estas cosas sobre ella y, en medio de todo esto, ¿qué hace? Está presente. 

Todo comienza con la presencia 

Subestimamos el poder y el impacto de nuestra presencia. Jesús simplemente está presente con esta mujer. No empieza con un sermón sobre cómo tiene que enderezar su vida. Comienza con algo más bien humano: un trago de agua. A medida que su conversación avanza, él la lleva de la sed natural a la sed sobrenatural. De agua que sólo sacia temporalmente la sed, al “manantial que brota dando vida eterna” (Jn 4:14).

¿Qué podemos hacer por los que amamos y que han dejado la Iglesia? Empezamos por estar presentes para ellos como Cristo estuvo presente para la mujer del pozo. Es muy fácil para nosotros como cristianos saltar a la lista de cosas que tenemos que hacer para convertir a la gente. Olvidamos que antes de poder hacer algo en la vida de otra persona, primero tenemos que aprender a estar en sus vidas para construir relaciones y confianza. 

La presencia requiere que entremos en la vida de los demás. Requiere que procuremos comprender al otro antes de buscar ser comprendidos. Requiere que nos presentemos una y otra vez, incluso cuando parece que no estamos teniendo un impacto. 

Estar presente en la vida de alguien requiere paciencia, perseverancia y sacrificio. No es rápido ni fácil. No hay lista de control, video de Youtube, libro o argumento que pueda sustituir nuestra presencia en la vida de otra persona. Si queremos ayudar a los que amamos a volver a la Iglesia, tenemos que aprender a estar presentes en sus vidas.

Unas palabras de ánimo

Estar presente en la vida de otras personas es difícil, en muchos casos debido a la naturaleza desordenada de nuestras vidas. Todos somos seres humanos caídos, quebrantados y pecadores, y eso es bastante complicado. 

No tengas miedo de las situaciones complicadas en las que se encuentra la gente. Jesús no tuvo miedo de la situación complicada de la mujer en el pozo. En cambio, estaba preparado para el encuentro y el amor. La presencia de Cristo en su vida condujo a la conversión de su corazón.

Procura simplemente estar presente en la vida de los que amas y que han dejado la Iglesia. En nuestro mundo acelerado, consumista y egocéntrico, nuestra presencia puede decir mucho. Para ayudar a los que amamos a volver a la Iglesia, podemos esforzarnos por parecernos más a Cristo y ser una presencia permanente del amor de Dios en sus vidas.