Cuando pensamos en profetas, podemos pensar en personas de las Escrituras como Moisés, Isaías, Elías o Juan Bautista. Estos hombres eran audaces e intrépidos. Muchos hechos milagrosos fueron realizados por sus manos, como la partición del Mar Rojo, la resurrección de los muertos, la curación de las personas o el ser llevados al cielo en un carro de fuego. Debido a su extraordinario ejemplo, puede existir la idea de que el papel de profeta está reservado a unos pocos elegidos. La verdad es que cualquiera que haya sido bautizado está ungido como profeta. Y sí, ¡eso te incluye a ti! 

La doctrina de la Iglesia afirma que todo cristiano bautizado está llamado a ser profeta. En las Escrituras, un profeta es un mensajero del Señor y un proclamador de la verdad de Dios. Mediante el Sacramento del Bautismo, el cristiano es ungido y recibe el don del Espíritu Santo, que le capacita para vivir una vida de santidad, crecer en la fe y proclamar el Evangelio a los demás. Este don del Espíritu Santo no sólo es una bendición personal, sino que también conlleva la responsabilidad de compartir la verdad del Evangelio con quienes nos rodean. 

La Iglesia entiende que la misión profética de los bautizados hunde sus raíces en el ejemplo de Jesucristo, que vino a proclamar la Buena Nueva de la salvación y a liberar a los hombres del pecado y de la muerte. La misión profética de Cristo no se limitó a su propio ministerio, sino que se extendió también a sus seguidores. Jesús llamó a sus discípulos a ser sus testigos en el mundo, a continuar su obra de predicación del Evangelio y sanación de los enfermos, y a enfrentarse a las fuerzas de las tinieblas que se oponen al Reino de Dios. 

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres, y que será grabada en los corazones. Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades, una salvación que incluirá a todas las naciones. Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor quienes mantendrán esta esperanza” (64). 

¿Cómo vivimos los cristianos como profetas?

  1. Escucha la Voz de Dios. Dios nos utiliza para realizar su plan de salvación. Para que los profetas pudieran comunicar el mensaje de Dios al pueblo, tenían que ser capaces de oír y responder a la voz de Dios. Como dijo el propio Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). El profeta Isaías nos proporciona un poderoso ejemplo de lo que significa oír y responder a la voz de Dios cuando oye decir al Señor: “¿A quién mandaré?, ¿quién irá de nuestra parte?”. Isaías responde: “Aquí estoy, mándame” (Is 6, 8). Esta disposición a responder a la llamada de Dios, incluso cuando nos lleva fuera de nuestra zona de confort, está en el corazón de lo que significa ser profeta. 
  1. Vive una vida santa y sirve a los demás. Los bautizados están llamados a dar testimonio de la verdad del Evangelio viviendo una vida de santidad. Esto significa evitar el comportamiento de pecado y cultivar las virtudes. Significa llevar paz en tiempos de agitación, justicia en medio de la injusticia, y esperanza y ayuda a los pobres y marginados. Estamos llamados a defender la dignidad de toda persona humana y a trabajar por el bien común. Los bautizados deben ser sal y luz en el mundo (Mt 5, 13-16), ser un signo de esperanza y amor en medio de la oscuridad y la desesperación que a menudo afligen a nuestro mundo. Vivir una vida cristiana auténtica y seguir las enseñanzas de la Iglesia será un testimonio profético convincente para todos los que te conozcan. Esta labor de evangelización es parte esencial de la misión profética de los bautizados.
  1. Di la verdad. La misión profética de los bautizados no está exenta de desafíos. Los bautizados están llamados a enfrentarse a los males del mundo. Esto significa denunciar el pecado y trabajar por la transformación de la sociedad. Los bautizados están llamados a ser profetas diciendo la verdad, aunque sea impopular o incómoda. A lo largo de la historia, los profetas han encontrado resistencia, oposición y a menudo han sido tratados con hostilidad. Sufrieron persecución e incluso la muerte por lo que era justo. Jesús advirtió a sus discípulos que serían como “corderos en medio de lobos” (Lucas 10, 3). Lo mismo ocurre con los bautizados. Puede que al profeta cristiano no se le ahorren sufrimientos, pero se le concederán toda la gracia y la fuerza necesarias para cumplir la misión que el Señor le ha encomendado. 

El impacto que los profetas pueden tener en la vida de los demás es significativo. Cuando Dios habla, o nos pide que hablemos en su nombre, siempre es con el propósito de salvar almas. Como el profeta Jeremías, puede que seamos reacios a abrazar esta misión profética, pero que las palabras que Dios le dirigió también hablen a nuestros corazones y nos den fuerzas:

“… a donde yo te envíe, irás;

lo que yo te mande, lo dirás.

No les tengas miedo,

que yo estoy contigo para librarte” 

(Jer 1, 7-8).