Hace muchos años, unos amigos me animaron a hacer algo que nunca había hecho… correr una carrera. Me enamoré de la idea. Pero en ese momento de mi vida, no hacía ejercicio con regularidad, por no mencionar que odio correr. A pesar de mi falta de destreza atlética, decidí inscribirme en una media maratón. A los dos meses de entrenar, mis tobillos se hincharon hasta alcanzar el tamaño de un pomelo y el médico me aconsejó reposo. Me alegré mucho de tener una razón “médica” para abandonar mis días de correr. La verdad es que mi cuerpo no estaba preparado para ese nivel de intensidad. Un plan “del sofá a las 5 millas” habría sido un camino más prudente. Aprender a aumentar gradualmente el peso y la intensidad para desarrollar la fuerza y la resistencia es vital para entrenar el propio cuerpo.

Tiendo a ver la Cuaresma como este tipo de campo de entrenamiento espiritual. Un tiempo para hacer cambios graduales en mi vida que me lleven a una relación más profunda con Cristo. Sin embargo, a veces sigo cometiendo el mismo error de intentar aumentar exponencialmente el peso y la intensidad de mis prácticas espirituales, que a menudo terminan igual que mi intento de correr: un buen esfuerzo al principio que termina en una incapacidad para terminar. Todavía estoy aprendiendo a moderar mi deseo de mayor intensidad y a centrarme en el siguiente paso que debo dar en mi crecimiento espiritual. Me parece que tener a alguien que camine a mi lado, que me guíe o me “entrene” ayuda a que mi camino cuaresmal sea más fructífero.  

La Cuaresma es dura para muchas personas, sobre todo para los niños. Pueden tener dificultades para comprender las devociones de la oración, el ayuno y la limosna, que son prácticas fundamentales de la Iglesia durante este tiempo. Como hay varias maneras de aplicar estos ejercicios espirituales a nuestras vidas, puede ser un reto decidir qué hacer. Como padre, estás en la posición perfecta para ser ese “entrenador” de tus hijos en este tiempo de Cuaresma. 

Ten en cuenta que el objetivo de este tiempo para ti y tus hijos es apartarse del pecado y volver a comprometerse con Cristo mientras reflexionan sobre su pasión y se preparan para celebrar su resurrección. El crecimiento espiritual significativo puede ocurrir en nosotros y en nuestros hijos si nos mantenemos firmes y avanzamos paso a paso en lugar de tratar de dar saltos drásticos. 

El Catecismo de la Iglesia católica dice incluso que “La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia” (1435).

Para facilitar esta formación espiritual de sus hijos y que puedan aprovechar al máximo la Cuaresma, ten en cuenta estas tres estrategias:

Educación y comprensión: Empiecen juntos la Cuaresma leyendo y comentando el viaje de Jesús por el desierto, que se encuentra en Mateo 4, 1-11, y lo que dijo sobre la oración, el ayuno y la limosna en Mateo 6. Utiliza estos pasajes para ayudarte a explicar el significado de la Cuaresma, las devociones cuaresmales y la resistencia a las tentaciones, todo ello con el propósito de acercarte más a Dios. Hay muchos recursos infantiles maravillosos como cuentos, libros, podcasts o videos para explicar las tradiciones cuaresmales y sus significados. Merece la pena dedicar tiempo a explorar estos recursos y adaptar su presentación a la edad y el nivel de comprensión de tu hijo.  

Establece objetivos significativos: Conoces a tus hijos mejor que nadie. Anima a tus hijos a fijarse objetivos personales de crecimiento espiritual que sean alcanzables pero significativos. Pueden ser actos de bondad, oraciones, abandonar un hábito o hacer algo extra para ayudar a los demás. Trabajen juntos para identificar prácticas de ayuno o abstinencia adecuadas a la edad en las que puedan participar tus hijos. Fomenta un entorno en el que tu hijo se sienta cómodo hablando de su experiencia contigo, reconociendo sus logros y siendo misericordioso y alentador si fracasa.  Si tu hijo quiere elegir algo bastante desafiante, permíteselo. El fracaso puede conducir a un verdadero cambio de actitud si se acepta con verdadera humildad y con la determinación de hacerlo mejor. El interés y la implicación que muestres en el camino de tus hijos pueden ser cruciales para ayudarles a abrazar más profundamente el tiempo de Cuaresma.

Participación de las familias: Establece una rutina que incorpore prácticas cuaresmales específicas que impliquen a toda la familia. Esto podría incluir rezar juntos una oración específica en un momento determinado, asistir juntos a una liturgia adicional de la iglesia (Misa diaria, Vía Crucis, servicio de penitencia, Hora Santa), renunciar a lo mismo durante la Cuaresma, como los dulces o el tiempo de televisión, o participar juntos en actos de caridad (recoger alimentos enlatados para un comedor social, ahorrar dinero durante la Cuaresma para donarlo a un ministerio de tu iglesia, limpiar los terrenos de la iglesia/campus, etc.). Hay muchas cosas que se pueden hacer y, cuando se hacen juntas, pueden aliviar la carga y despertar una alegría que contribuya a la unidad y solidaridad familiares. Los niños aprenden bien con el ejemplo, así que demuestra tu compromiso con las prácticas cuaresmales. Tu propia participación y dedicación probablemente les inspire.Integrando estos enfoques, puedes ayudar a tus hijos a vivir la Cuaresma como un tiempo de crecimiento personal, reflexión y desarrollo espiritual, haciendo que sea una experiencia positiva y enriquecedora para ellos. En su mensaje de Cuaresma de 2004, el Papa San Juan Pablo II dijo: “Iniciemos con confianza el itinerario cuaresmal, animados por una más intensa oración, penitencia y atención a los necesitados. Que la Cuaresma sea ocasión útil para dedicar mayores cuidados a los niños en el propio ambiente familiar y social: ellos son el futuro de la humanidad”. Que estas palabras den a los padres y cuidadores un fervor renovado para centrarse más intencionadamente en esas preciosas almas que Dios ha puesto a su cuidado.